Lágrimas de Sal
Ser fuerte no significa no mostrar debilidad. Ser fuerte consiste precisamente en admitir la debilidad, dejarla descarrilar un poco y luego saber afrontarla. Porque hasta que uno no se encuentra cara a cara con ella, no sabe de lo que está hablando.
No me importa llorar de vez en cuando, eso no quiere decir que tenga traumas ni ninguna cosa por el estilo. Es simplemente una manera -pacífica, porque también tengo una vertiente un poco menos civilizada, no demasiado recomendable- de expresar unos sentimientos que, de quedarse adentro, arraigarían como malas hierbas y quizá echarían a perder toda la plantación.
Otra cosa muy distinta es ser una Maria Magdalena, y soltar la lagrimita al menor toquecillo. Cuidado con eso.
También es cierto que hay momentos y circunstancias de la vida en los que nos sentimos especialmente sensibles y más proclives a derramar lagrimillas de sal. Lo óptimo en estos casos, a mi entender, es intentar dar con el principal foco de problemas y atajarlo con la mayor brevedad.
Hay diferentes tipos de lágrimas, las sanas y las que duelen. Después de derramar las sanas, nos invade una sensación de tranquilidad y placidez, como si todo lo venenoso se hubiera ido con ellas. En cambio, las dolorosas te dejan un dolor de cabeza impresionante a posteriori y tienen la virtud incluso de hacerte sentir todavía peor, más pequeñita.
En fin, sean las que sean, siempre acaban marchando, y muchas veces para dar paso a una sonrisa del tamaño de una raja de melón. Hay momentos en los que la visión se nos nubla de gris, pero por suerte, en la paleta hay muchos más colores.
No me importa llorar de vez en cuando, eso no quiere decir que tenga traumas ni ninguna cosa por el estilo. Es simplemente una manera -pacífica, porque también tengo una vertiente un poco menos civilizada, no demasiado recomendable- de expresar unos sentimientos que, de quedarse adentro, arraigarían como malas hierbas y quizá echarían a perder toda la plantación.
Otra cosa muy distinta es ser una Maria Magdalena, y soltar la lagrimita al menor toquecillo. Cuidado con eso.
También es cierto que hay momentos y circunstancias de la vida en los que nos sentimos especialmente sensibles y más proclives a derramar lagrimillas de sal. Lo óptimo en estos casos, a mi entender, es intentar dar con el principal foco de problemas y atajarlo con la mayor brevedad.
Hay diferentes tipos de lágrimas, las sanas y las que duelen. Después de derramar las sanas, nos invade una sensación de tranquilidad y placidez, como si todo lo venenoso se hubiera ido con ellas. En cambio, las dolorosas te dejan un dolor de cabeza impresionante a posteriori y tienen la virtud incluso de hacerte sentir todavía peor, más pequeñita.
En fin, sean las que sean, siempre acaban marchando, y muchas veces para dar paso a una sonrisa del tamaño de una raja de melón. Hay momentos en los que la visión se nos nubla de gris, pero por suerte, en la paleta hay muchos más colores.
2 comentarios:
Y qué razón tienes. Después de mucho tiempo llorando lágrimas "que duelen", lloré en una entrañable despedida las lágrimas "sanas". Que sensación mas rara, dolor y alegria mezclados. Pero después sentí un bienestar interior muy bonito.
Y es que, los sentimientos, las sensaciones, se han de expresar. Mejor fuera que dentro.
Sastamente. Así que a comentar más, mejor escribir lo que piensas que criticar en silencio jijiji
Un besote enorme, y unas buenas lágrimas... de alegría
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