Wonderland
Todos vivimos un poco en otro mundo. El mío en concreto es uno de sueños, fantasía y mucha, mucha imaginación. Quizá por eso soy una fan tan entusiasta de Alicia en El País de las Maravillas, con todas sus versiones y adaptaciones, aunque ninguno mejor que la original, de Lewis Carroll.
Evitaré hablar del autor de esta gran fábula, L. Carroll, porque más que la persona (bastante polémica y controvertida) me interesa el personaje que creó.
Supongo que todos (los que la conocéis, claro) conoceréis a Alicia por la versión de Walt Disney. Y no es que esté mal, y a pesar de ser bastante moñona, no se puede comparar con los pastelazos de Dumbo o similar. De hecho, fue la película que obtuvo menos recaudación porque el público infantil no acababa de entender los extravagantes matices que salpican esta película (y que para mí la convierten en única).
El libro, mucho más exitoso, tiene una secuela, menos conocida, Alicia a Través del Espejo, mucho más complicada y enrevesada. Las adaptaciones cinematográficas han combinado elementos de las dos novelas (y no siempre con éxito, tristemente). Alicia en el país de las maravillas se convirtió en 1998 en el libro de niños más caro jamás vendido, en concreto por la suma de 1,5 millones. Quizá por esta razón ha sido traducido a tantos idiomas, incluido el esperanto.
Para mí lo mejor son los personajes y la trama que los envuelve, totalmente surrealista e incluso a veces, un poco cabrona (muy suavizada en la versión Disney).
A la vez que es un relato caótico, las situaciones son altamente reconocibles y aplicables a nuestra vida diaria. Por ejemplo, en la merienda del Sombrerero Loco, o la merienda del No Cumpleaños", donde todo es lo que no parece y no es lo que debería ser. ¿Quién no se ha sentido impotente ante situaciones absurdas en las que, o bien:
a) a tu interlocutor/anfitrión/compañer@ le falta un tornillo
b) te falta a ti